miércoles, 28 de marzo de 2018

UNA NOCHE DIFERENTE


 

 

Llevábamos muchos kilómetros  circulando por carreteras desconocidas, y ya hacía bastantes horas que la luz solar se nos había ido tras el horizonte. Por suerte bajó un poco la temperatura, y con las ventanas abiertas del vehículo se nos hacía un poco más llevadero el calor sofocante, pero el cansancio empezaba a notarse, y sólo deseábamos encontrar un lugar donde poder dormir, por lo que decidimos parar en el primer lugar  ya fuera un hotel, mesón,  albergue, nos daba igual la categoría, necesitábamos una cama para descansar los huesos, y una oscuridad para desviar la mirada de la carretera. Sólo eso.

 A lo lejos vimos un neón rojo y azul que nos hacía guiños, avisando que tenían camas disponibles. No nos detuvimos a pensar en nada  más que no fuera un lecho.

Nos inscribimos y pasamos directamente a una pequeña habitación con dos camas, un ventanuco con una persiana que en sus buenos tiempos debió  ser de un color verde brillante, pero que actualmente era dudoso el colorido que mostraba.

Nos era igual, al quedarnos solos, curioseamos qué había tras aquella abertura, levantando un poco la persiana  vimos un pequeñísimo huerto con un árbol en el centro.

La carretera quedaba en el lado opuesto, por lo que el silencio era absouto.

El cansancio era tan grande que sin más preámbulos nos dispusimos a dormir, ya teníamos  a mano en una pequeña bolsa, lo más imprescindible. Y tras desearnos unas buenas noches cada cual se tumbó en una de las camas que indudablemente nos parecieron de lo más placenteras del mundo.

Él se tumbó en el camastro que estaba debajo mismo de la ventana, y yo me quedé en la que estaba arrimada en la pared opuesta.

Me despertó un picor desmesurado en las piernas, pensé que eran manías mías y traté de retomar el sueño otra vez, pero el escozor y picor era realmente insoportable. Y me fue imposible volver a dormir por lo que acabé encendiendo la luz, para saber el motivo de aquel rabioso malestar.

Mi asombro no tuvo límites cuando vi un reguero de hormigas muy bien formadas, que destacaban en el color claro de la pared, entraban por la ventana abierta, pasaban como un desfile militar, no se detenían en el cuerpo de mi marido que era el más cercano, de allí pasaban de largo, con paso lento pero continuado, hasta llegar hasta mí cuerpo. Allí se ensañaban, con mis piernas.

Los dos nos quedamos estupefactos.

Cómo era posible que teniendo un cuerpo más cercano pasaran de largo hasta pasearse impunemente por mis piernas, atracándose descaradamente con mi sangre.

Llegando a la conclusión que tengo una sangre dulce y apetitosa, cosa que me parece ha heredado más de un hijo. Pues siempre comentan, que si hay posibilidades de una picadura, de lo que sea, ellos son los primeros en recibirla. Sus parejas dicen que son el mejor escudo, junto a ellos no necesitan repelentes. Pienso que esto  es una mala herencia.
La noche que en un principio tenía que ser un bálsamo para nuestro cansancio, se convirtió en una pesadilla. Antes de que despuntara el sol, ya estábamos pagando la cuenta y de vuelta a la carretera camino de casa.

Marzo 2018

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