LA MALETA ROJA (tercera parte)
LA MASCOTA
Recorrió todo el pueblo, que
evidentemente estaba vacío. Todo el personal se hallaba en pleno rescate de una
pareja. Pensó en la mujer que se sentó a
su lado. No le disgustó su manera de hablar tan franca, pero no sabía
exactamente si estaba dispuesto a vivir con alguna mujer a cambio de una casa.
La convivencia a veces podría resultar incómoda. En una balanza imaginaria puso
sus necesidades, y tener que soportar a una persona desconocida, que como él
mismo necesitaba un lugar donde vivir, y un trabajo, no estaba demasiado seguro
que pudiera salir completamente bien.
Decidió volver a la plaza.
Tenía razón el alcalde cuando dijo que deberían conocerse un poco, y saber si
en el próximo encuentro ya estaban dispuestos a aceptar una nueva vida.
Esta vez buscaría para el
retorno, las callejuelas pequeñas, con casas a lado y lado. Casas que todas
ellas necesitaban un remiendo. Decidió entrar en una de ellas, empujó una
puerta de madera cuarteada, y el olor a humedad, casi le tumba de espaldas. No
obstante, acabó de abrir el portón, y se encontró ante una chimenea donde
antaño también servía de fogón. Aún quedaban los utensilios de hierro, en el
que apoyar la olla, junto con una cadena
que colgaba del techo. En un rincón había espacio para colocar una mesa y sillas,
y también algún aparador. Unos metros más allá, había dos habitaciones, cuyas
ventanas daban a lo que posiblemente en su tiempo era un pequeño huerto. Más o
menos era como la que había vivido él.
Empezaba a oscurecer y apenas
veía allí dentro. Decidió ir en busca de la muchedumbre, y hablar con alguien
más.
Casi se tropieza al ir a
salir. Allí junto a la puerta había una persona. Por un momento se asustó. Pero
enseguida reconoció la voz. Era Araceli.
.- ¿Eres Pedro?
.- En efecto ¿Hace mucho que
estás aquí?
.- Acabo de llegar. He querido
conocer el pueblo en el que voy a vivir. Por lo visto tú también has pensado lo
mismo.
.- Más o menos. Iba a reunirme
ahora con los demás. Haré caso de las palabras del alcalde, intentaré hablar
con otras personas.
.- Yo lo hice, pero no he
podido sacar nada en concreto. Es muy poco tiempo para tomar una decisión. De
una cosa estoy muy segura, y es que haré
lo imposible para quedarme aquí. Tengo un motivo muy importante.
Juntos y en silencio repasaron
la vivienda.
Habían salido de la
destartalada casa emprendiendo el camino
hacia la plaza. Pedro se preguntaba si sería correcto hacer preguntas directas.
Por un momento le pareció que ella con sus palabras le estaba animando a
hacerlas. No obstante guardó silencio.
Ante su silencio fue Araceli
quien continuó hablando.
-. Creí que me preguntarías mi
motivo. ¿No te interesa saber cuál es?
.- Pues me parece que no es de
mi incumbencia, pero sí que sería interesante para comprender por qué una
mujer, sea cual sea su edad toma una decisión tan drástica. Seguro que motivos
no te faltan. Y si te sirve para apaciguar un poco los ánimos, dímelo.
.- Con la condición que tú me
hagas saber los tuyos. Tengo un hijo de
casi dos años, del que me han quitado su tutela, por no poder mantenerlo como
corresponde a su edad. Razón no les
falta. He perdido mi trabajo. Sólo de vez en cuando consigo algo de dinero,
pero no es suficiente para vivir, y mucho menos pagar un alquiler. Podré
recupéralo en cuanto demuestre que tengo una casa. Este es mi principal motivo.
Necesito aliarme con alguien para demostrar al tribunal de menores que puedo
hacerme cargo de él, antes de que lo den a alguna familia de acogida, eso es lo
que más temo. Sé de casos que suceden cosas verdaderamente tristes, niños
encariñados con sus padres adoptivos
temporalmente, y que llegado el momento
los separan. No quiero que esto me suceda a mí.
Hubo un silencio. Realmente
Pedro ni por un momento pensó en algo parecido. Habían llegado a la plaza, y
antes de mezclarse con todos los demás, Araceli le apremió para que le contara
cuál era su situación.
.- La mía creo que no es tan
dolorosa como la tuya.
Le explicó en pocas palabras,
cómo había ido dando tumbos por la vida desde que era un adolescente. Cómo
llegó a los servicios sociales, Y de la manera más peregrina acudió esta mañana
a la reunión del conjunto de hombres y mujeres que querían rehacer su vida al
precio que fuera.
.- ¿Habías pensado en alguien en concreto?
.- La verdad es que no.
.- Para los dos, nos puede
resultar molesto o desagradable tener que buscar a alguien entre gente
desconocida. ¿Crees en las casualidades?
.- Nunca lo he pensado. – Dijo
Pedro como si hablara consigo mismo.
.- Yo sí, parece como si de alguna manera el
destino, hubiera jugado con nosotros. Hemos comido uno al lado de otro, y luego
por casualidad, nos hemos encontrado en un lugar apartado de los demás. Ambos
hemos tenido el mismo pensamiento. Por algún motivo esa casa nos ha llamado la
atención. ¿Te parece que podrías vivir a
mi lado? No es una declaración de amor ni mucho menos. Es un pacto entre dos
personas que se necesitan mutuamente, para salir de atolladero en el que se
encuentran.
Pedro se quedó sin saber qué
decirle. De repente, todo era nuevo. Esta mañana, no tenía ni idea de la
situación del pueblo cuyo alcalde era un hombre capaz de hacer lo necesario,
para despertar de nuevo a aquel montón
de casas la mayoría abandonadas.
.- Se puede probar. Si nos dan
un lugar para vivir, y un trabajo podemos intentar la convivencia. Supongo que
a ninguno de los dos nos importa demasiado la vida anterior del otro. Lo que
cuenta en definitiva es poder subsistir.
.- Si nos ponemos de acuerdo,
hoy mismo podríamos hablar con el alcalde. ¿O te parece demasiado precipitado?
– Preguntó Araceli-
.- Sí que lo es. Pero a veces
estas cosas hechas sin profundizar suelen dar buen resultado.
Una vez dichas las palabras
pensó en que las estaba diciendo para convencerse a sí mismo.
En la plaza se habían formado
varios corros de personas, no cabía duda que estaban ultimando el contacto.
Todos sabían que en siete días volverían a verse para dejar completamente solucionado el
asunto. Pedro los miró y le pareció ver en sus caras una esperanza que antes no
sentían. Él mismo estaba en estas condiciones.
No fueron los únicos que
quisieron mantener una conversación con el alcalde.
Al salir del lugar Araceli y
Pedro sabían que acababan de
comprometerse a vivir bajo el mismo techo durante un tiempo indefinido, a
cambio de un trabajo y un sueldo no demasiado abundante. Pero tenían casa, y
los gastos que conlleva un domicilio compartido, con el agua y la luz pagada. Los dos estaban de acuerdo en que la
convivencia se basaría en una ayuda mutua para seguir adelante. En ningún
momento mencionaron si entre ellos dos forzarían una relación más estrecha.
Ella dejó muy claro que no buscaba un hombre en la cama, necesitaba
desesperadamente alguien a quien presentar en los Servicios de acogida de
menores, demostrando que no vivía sola, y que tendría unos ingresos fijos. Todo
lo demás carecía de importancia.
La entrevista con el alcalde
fue un éxito. Araceli salió de la casa Consistorial, con un certificado que
avalaba que a partir de máximo dos semanas dispondría de una casa. En el acta
el alcalde estampó el sello. Ella lo guardó doblado en su billetero, como lo
que en realidad era: un tesoro indispensable para tener a su hijo.
La jornada tocaba a su fin,
estaban alrededor del autocar que había trasladado a las mujeres, a punto de
emprender el viaje de retorno, sabiendo que la mayoría de ellas volvería en una
semana, trayéndose consigo aquellas pequeñas cosas que formaban parte de su
vida anterior. Las despedidas suelen ser tristes, pero esta vez, no lo fueron.
Las que no habían encontrado a su pareja, pensaban que el día había transcurrido
amenamente. Las que ya habían llegado a una conclusión se iban llenas de
esperanza, con la cabeza llena de pensamientos positivos. Eran valientes y lo
sabían. Dejar atrás para siempre todo
aquello que las había atormentado era lo mejor que les podía suceder.
.- Pedro, en cuanto vuelva con
el niño quiero que sepas, que trabajaré tan duro como tú mismo, en lo que haga
falta. No me asustan las tareas por duras que éstas sean. Si puedo venderé
alguna pertenecía para no llegar con las
manos completamente vacías.
.- Tranquila. Yo me quedo
aquí, no tengo nada ni nadie que me retenga en ningún lugar. Me gustaría que
nos adjudicaran la casa en la que hemos estado. Si lo consigo empezaré a
trabajar en ella, para que cuando vuelvas por lo menos no esté en ruinas. Me
siento como si hubiera firmado un contrato laboral, del que estoy convencido
saldremos adelante.
.- A mí me sucede algo
parecido. Creo que puede funcionar.
Pedro se quedó en pie junto al
vehículo, y esperó a ver a Araceli aposentada en su asiento. Se dedicaron
mutuamente una sonrisa.
Pedro volvió sobre sus pasos y
analizó a los hombres que como él, se habían formado una idea de cómo podría ir
su vida a partir de ahora. Todos hacían comentarios llenos de ilusión y de
esperanzas.
Le llamó la atención la variedad de edades que había entre ellos,
y al recordar a las mujeres recién llegadas, imaginó que pudieron elegir.
Se sorprendió al comprobar que
él, no sentía nada de todo aquello. Araceli le había dicho que todo lo estaba
haciendo por su hijo. Era una buena causa desde luego. Él en cambio sólo
buscaba un refugio, aunque tuviera que trabajar muchas horas al día. El trabajo
no le importaba, en cambio ahora en la soledad compartida con aquellos hombres
que le eran completamente desconocidos, pensaba que quizás podría pasar
aquellos días en alguna de las casas que aún se mantenían en pie.
Se metió en el grupo para
saber cuáles eran los planes que tenían en mente.
Todos buscaban una mujer para
compartir sus días y sus noches, y por los comentarios que hacían, comprendió
que las recién llegadas también ansiaban encontrar a un hombre con los mismos
fines. Surgió otra vez la soledad como base de fondo.
Con Araceli no hablaron de
cómo sería su vida de ahora en adelante. Sólo habían llegado a la conclusión
que necesitaban un hogar. Ambos dejaron muy claro que aquello sería
como un contrato comercial, los dos se aprovechaban de las circunstancias en su
propio beneficio. Entre ellos quedaba por completo descartada una unión romántica
o apasionada. Necesitaban un lugar donde vivir y aquel pueblo se lo estaba
ofreciendo a cambio de ayudar a resucitarlo. Con un apretón de manos sellaron
aquel contrato, puesto que los dos habían conseguido lo que necesitaban. Y con
esta intención se despidieron.
La charla con los demás tertulianos
del pueblo fue de provecho. Todos querían saber qué casa les asignarían, para
poder empezar a trabajar en ella. En siete días sabían sobradamente que no
conseguirían grandes cosas, pero todos estuvieron de acuerdo que por lo menos
al día siguiente ya podrían hacer un cálculo del material que necesitarían.
El Alcalde estaba entre ellos,
atendiendo a las preguntas que iban surgiendo.
Pedro se adelantó para hablar
con aquel hombre que se mostraba muy satisfecho de sus logros. Le comentó que
hacía escasos momentos había entrado en una de las casas abandonadas, que
realmente necesitaba una reparación urgente del tejado. Si se la adjudicaban a
él, podría empezar enseguida a trabajar en ella.
Se dio cuenta de que todos los
hombres tenían los ojos fijos en su figura.
Se vio obligado a dar algún detalle.
.- La hemos descubierto con
Araceli. Estamos dispuestos a empezar de nuevo.
Sería un buen comienzo poderlo hacer cuanto antes mejor, de esta manera cuando vuelva
dentro de unos días, será como si volviera al hogar.
Nadie de los presentes tuvo
nada en contra.
Pudo observar que de todos,
tan sólo había una pareja, ya entrada en años. No tuvo ninguna duda que ellos
poseían una casa desde mucho tiempo atrás. Fueron ellos mismos los que
comentaron que tenían tres hijos, que abandonaron el pueblo años atrás, y que
sólo volvían para las vacaciones estivales.
El Alcalde miró su reloj.
.- Se nos está echando la
noche encima. Deberíamos ir a descansar, y mañana temprano ya podremos ir en
busca del material necesario para los arreglos.
A las siete espero a los que puedan venir, lo hagan, y traigan una lista
de las cosas que crean necesarias. Confío que
en la localidad más cercana, el Estado ya habrá ingresado una cantidad
de dinero para poder empezar con las obras.
.- Si no hay inconveniente, me
quedaré a dormir en cualquiera de las casas. ¿Puedo ir a la que visitamos con
mi pareja? – Preguntó Pedro-
A él mismo se le hizo rara la
pregunta. Le parecía que no era él, quien hablaba.
El matrimonio mayor, se opuso radicalmente.
.- No puede quedarse en este lugar. Debe estar
lleno de porquería y sin ningún lugar decente para dormir.
Pedro se quedó por unos
momentos sin saber qué decir. Razón no les faltaba, pero…
.- Nuestra casa es grande, no
podemos permitir que tenga que pasar por esto – dijo la mujer- Antes vivíamos
cinco personas. Hay sitio de sobras.
El alcalde le dio una palmada
en el hombro
.- Acepte, son buena gente.
Aquí todos deseamos lo mismo. Empezar de nuevo. Mañana a las siete, pasaré a
recogerles e iremos en mi coche, para
hacer todas las gestiones. Lo primero sacar el dinero que ya está ingresado a
una cuenta bancaria, con este efecto. Tendré que llevar muy bien anotados todos
los gastos. El dinero deber de ser ampliamente especificado.
Pedro durmió en una de las
camas que había en el piso superior de la casa del matrimonio que lo habían
invitado. Parecían unas buenas personas, ansiosas de demostrar su
agradecimiento por el mero hecho de querer vivir sin demasiadas comodidades, en
aquel pueblecito en plena montaña.
El día había sido agotador,
ahora en el silencio de la casa se daba cuenta.
Y se hizo la gran pregunta.
¿Qué pasaría de ahora en adelante?
El matrimonio mayor le
despertó, había dormido de un tirón toda la noche. El sol empezaba a despuntar.
El aroma del café le llenó los
pulmones, y la cálida voz de la mujer le decía que comiera tranquilo.
.- No puedo pagarles todos lo
que están haciendo por mí.
.- Si te quedas a vivir aquí,
y parece que ya tienes planeado hacerlo, siempre tendrás un momento para
ayudarnos en lo que haga falta. Ahora apresúrate porque el Alcalde os pasará a
recoger a los que ayer firmasteis al acuerdo. Nos veremos a la vuelta, y nos
explicarás qué es lo que piensas arreglar de la casa abandonada.
= = == = = = = = =
Habían pasado ya tres días. El
primero fue totalmente perdido en lo que relacionado al trabajo en sí, de
adecentar la vivienda. Pero por lo menos tenía a pie de puerta el material. Eso
le dio un respiro.
El primer día todos los
hombres disponibles se ayudaron mutuamente en arreglar los tejados de las
viviendas que necesitaban urgentemente
hacerlo. Sabían que la lluvia era su peor enemiga, y aunque el cielo no
presagiaba nada de eso, todos conocían las tormentas de verano. Aguaceros
impresionantes en corto espacio de tiempo. Formaron un buen equipo, trabajaban
en silencio, sin descanso.
Pedro se mantenía poco
hablador, no quería que le hicieran preguntas. Se daba cuenta que no tenía
respuestas, él ya se había preguntado un montón de cosas y todas quedaron en el
aire.
En algún momento antes de
dormir en la casa del matrimonio mayor, que acogió encantada a todo el equipo
que trabajaba sin descanso ellos argumentaban que era un placer poder ayudar en
lo que fuera, estaban encantados del rumbo que estaba tomando el pueblo, sabían
que tardaría en volver a ser lo que fue años atrás, pero sentían la ilusión al
ver cómo todos estaban contentos de poder empezar de nuevo. Era cuando estaba
en aquella cama mullida y confortable, que le asaltaban todos los pensamientos,
durante la jornada al aire libre acarreando tejas y demás material necesario,
no tenía tiempo de pensar en nada. Después en aquella confortable cama, el
sueño y el cansancio se apoderaban de él.
¿Cómo sería su vida de ahora en adelante?
Descartaba los temores, en
cuanto se veía a sí mismo en aquella plaza de la gran ciudad, rodeado de gente
extraña, que ni se apercibía de su presencia, era como si fuera invisible
Tampoco él, hacía nada para entablar conversación si alguien se sentaba cerca.
Se animaba pensando que por difícil que fuera la convivencia con Araceli,
siempre sería mejor que tener que dormir a la intemperie, y pasar el bochorno
de ir a comer a los servicios sociales. Pensando en aquella plaza y su soledad,
descartaba todos los temores.
Tener un lugar donde poder
cobijarse, era lo único que de momento le importaba. Cuando llegara ella,
ya hablarían sobre cómo enfocarían su vida. De momento lo único que
importaba era que los dos habían cubierto
sus urgentes necesidades. Con
este pensamiento se dormía en aquella casa, donde fue acogido de una manera
casi familiar. Esto nunca antes lo había vivido. En su casa de niño lo más
frecuente eran las discusiones, después con sus parientes, nunca recibió ni
palabras ni gestos de cariño. Si los hubiera tenido, estaba seguro que no
hubiera buscado esa libertad, esas ansias de conocer algo mejor. Por eso se fue
al país vecino en busca de trabajo y de dinero.
Se arrebujó en las sábanas y
mentalmente dio las gracias al matrimonio que sin conocerlo lo había acogido como
si fuera de la familia. Claro que él, no
era el único beneficiado. En aquella
casona grande, estaban durmiendo dos hombres más, que tampoco tenían a donde ir. A cambio, una vez finalizadas las horas
laborales, se dedicaron a repasar las tejas, y cambiar las que no estaban en
buen estado. En agradecimiento por las mañanas se encontraban con un desayuno y
saboreaban todos los aromas penetrantes del café recién hecho.
Por primera vez en su vida se
sentía acogido y querido. Y con esa ilusión empezaba la jornada laboral.
Las cuatro casas que se
habitarían primero ya estaban con los tejados renovados, y a partir de aquí,
cada uno se dedicaría a adecentar la que les serviría de hogar.
Pedro se plantó en medio de la
entrada de la que sería su casa. Miró detenidamente lo que le rodeaba, para
empezar a subsanar lo más necesitado. No
quería dedicarse a las dos habitaciones del fondo, pensó que eso lo tendría que
hacer cuando Araceli estuviera presente. Pero sí que podía pintar de blanco el
comedor y la cocina, de esta manera nada más entrar en la casa, ya parecería
que todo estaba bien. Se aseguró que las ventanas estuvieran en condiciones de
ser cerradas. Cambió un cristal roto, y aquella noche cuando se fue a dormir,
pensó que todo empezaba a rodar bien “su” casa tenía mejor aspecto.
Las mujeres que abandonaron el
pueblo días atrás, ya estaban a punto de llegar. Los hombres parecían nerviosos
y por supuesto entre esperanzados y asustados. Tuvo que admitir que él también.
Como la otra vez el Alcalde
volvió a demostrar su energía y ganas de complacer a las recién llegadas,
porque se pusieron de nuevo las mesas alargadas en la plaza, para comer todos
juntos.
Esta vez venían con sus
equipajes.
Continúa.
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