lunes, 16 de octubre de 2017

La maleta roja. III


LA MALETA ROJA  (tercera parte)

LA MASCOTA

Recorrió todo el pueblo, que evidentemente estaba vacío. Todo el personal se hallaba en pleno rescate de una pareja.  Pensó en la mujer que se sentó a su lado. No le disgustó su manera de hablar tan franca, pero no sabía exactamente si estaba dispuesto a vivir con alguna mujer a cambio de una casa. La convivencia a veces podría resultar incómoda. En una balanza imaginaria puso sus necesidades, y tener que soportar a una persona desconocida, que como él mismo necesitaba un lugar donde vivir, y un trabajo, no estaba demasiado seguro que pudiera salir completamente bien.

Decidió volver a la plaza. Tenía razón el alcalde cuando dijo que deberían conocerse un poco, y saber si en el próximo encuentro ya estaban dispuestos a aceptar una nueva vida.

Esta vez buscaría para el retorno, las callejuelas pequeñas, con casas a lado y lado. Casas que todas ellas necesitaban un remiendo. Decidió entrar en una de ellas, empujó una puerta de madera cuarteada, y el olor a humedad, casi le tumba de espaldas. No obstante, acabó de abrir el portón, y se encontró ante una chimenea donde antaño también servía de fogón. Aún quedaban los utensilios de hierro, en el que apoyar la olla, junto con  una cadena que colgaba del techo. En un rincón había espacio para colocar una mesa y sillas, y también algún aparador. Unos metros más allá, había dos habitaciones, cuyas ventanas daban a lo que posiblemente en su tiempo era un pequeño huerto. Más o menos era como la que había vivido él.

Empezaba a oscurecer y apenas veía allí dentro. Decidió ir en busca de la muchedumbre, y hablar con alguien más.

Casi se tropieza al ir a salir. Allí junto a la puerta había una persona. Por un momento se asustó. Pero enseguida reconoció la voz. Era Araceli.

.- ¿Eres Pedro?

.- En efecto ¿Hace mucho que estás aquí?

.- Acabo de llegar. He querido conocer el pueblo en el que voy a vivir. Por lo visto tú también has pensado lo mismo.

.- Más o menos. Iba a reunirme ahora con los demás. Haré caso de las palabras del alcalde, intentaré hablar con otras personas.

.- Yo lo hice, pero no he podido sacar nada en concreto. Es muy poco tiempo para tomar una decisión. De una cosa  estoy muy segura, y es que haré lo imposible para quedarme aquí. Tengo un motivo muy importante.

Juntos y en silencio repasaron la vivienda.

Habían salido de la destartalada casa  emprendiendo el camino hacia la plaza. Pedro se preguntaba si sería correcto hacer preguntas directas. Por un momento le pareció que ella con sus palabras le estaba animando a hacerlas. No obstante guardó silencio.

Ante su silencio fue Araceli quien continuó hablando.

-. Creí que me preguntarías mi motivo. ¿No te interesa saber cuál es?

.- Pues me parece que no es de mi incumbencia, pero sí que sería interesante para comprender por qué una mujer, sea cual sea su edad toma una decisión tan drástica. Seguro que motivos no te faltan. Y si te sirve para apaciguar un poco los ánimos, dímelo.

.- Con la condición que tú me hagas saber los tuyos.  Tengo un hijo de casi dos años, del que me han quitado su tutela, por no poder mantenerlo como corresponde a su edad.  Razón no les falta. He perdido mi trabajo. Sólo de vez en cuando consigo algo de dinero, pero no es suficiente para vivir, y mucho menos pagar un alquiler. Podré recupéralo en cuanto demuestre que tengo una casa. Este es mi principal motivo. Necesito aliarme con alguien para demostrar al tribunal de menores que puedo hacerme cargo de él, antes de que lo den a alguna familia de acogida, eso es lo que más temo. Sé de casos que suceden cosas verdaderamente tristes, niños encariñados con sus  padres adoptivos temporalmente,  y que llegado el momento los separan. No quiero que esto me suceda a mí.

Hubo un silencio. Realmente Pedro ni por un momento pensó en algo parecido. Habían llegado a la plaza, y antes de mezclarse con todos los demás, Araceli le apremió para que le contara cuál era su situación.

.- La mía creo que no es tan dolorosa como la tuya.

Le explicó en pocas palabras, cómo había ido dando tumbos por la vida desde que era un adolescente. Cómo llegó a los servicios sociales, Y de la manera más peregrina acudió esta mañana a la reunión del conjunto de hombres y mujeres que querían rehacer su vida al precio que fuera.

.- ¿Habías pensado en  alguien en concreto?

.- La verdad es que no.

.- Para los dos, nos puede resultar molesto o desagradable tener que buscar a alguien entre gente desconocida. ¿Crees en las casualidades?

.- Nunca lo he pensado. – Dijo Pedro como si hablara consigo mismo.

.-  Yo sí, parece como si de alguna manera el destino, hubiera jugado con nosotros. Hemos comido uno al lado de otro, y luego por casualidad, nos hemos encontrado en un lugar apartado de los demás. Ambos hemos tenido el mismo pensamiento. Por algún motivo esa casa nos ha llamado la atención.  ¿Te parece que podrías vivir a mi lado? No es una declaración de amor ni mucho menos. Es un pacto entre dos personas que se necesitan mutuamente, para salir de atolladero en el que se encuentran.

Pedro se quedó sin saber qué decirle. De repente, todo era nuevo. Esta mañana, no tenía ni idea de la situación del pueblo cuyo alcalde era un hombre capaz de hacer lo necesario, para despertar de nuevo a aquel  montón de casas la mayoría abandonadas.

.- Se puede probar. Si nos dan un lugar para vivir, y un trabajo podemos intentar la convivencia. Supongo que a ninguno de los dos nos importa demasiado la vida anterior del otro. Lo que cuenta en definitiva es poder subsistir.

.- Si nos ponemos de acuerdo, hoy mismo podríamos hablar con el alcalde. ¿O te parece demasiado precipitado? – Preguntó Araceli-

.- Sí que lo es. Pero a veces estas cosas hechas sin profundizar suelen dar buen resultado.

Una vez dichas las palabras pensó en que las estaba diciendo para convencerse a sí mismo.

En la plaza se habían formado varios corros de personas, no cabía duda que estaban ultimando el contacto. Todos sabían que en siete días volverían a verse  para dejar completamente solucionado el asunto. Pedro los miró y le pareció ver en sus caras una esperanza que antes no sentían. Él mismo estaba en estas condiciones.

No fueron los únicos que quisieron mantener una conversación con el alcalde.

Al salir del lugar Araceli y Pedro sabían que acababan  de comprometerse a vivir bajo el mismo techo durante un tiempo indefinido, a cambio de un trabajo y un sueldo no demasiado abundante. Pero tenían casa, y los gastos que conlleva un domicilio compartido, con el agua y  la luz pagada.  Los dos estaban de acuerdo en que la convivencia se basaría en una ayuda mutua para seguir adelante. En ningún momento mencionaron si entre ellos dos forzarían una relación más estrecha. Ella dejó muy claro que no buscaba un hombre en la cama, necesitaba desesperadamente alguien a quien presentar en los Servicios de acogida de menores, demostrando que no vivía sola, y que tendría unos ingresos fijos. Todo lo demás carecía de importancia.

La entrevista con el alcalde fue un éxito. Araceli salió de la casa Consistorial, con un certificado que avalaba que a partir de máximo dos semanas dispondría de una casa. En el acta el alcalde estampó el sello. Ella lo guardó doblado en su billetero, como lo que en realidad era: un tesoro indispensable para tener a su hijo.

La jornada tocaba a su fin, estaban alrededor del autocar que había trasladado a las mujeres, a punto de emprender el viaje de retorno, sabiendo que la mayoría de ellas volvería en una semana, trayéndose consigo aquellas pequeñas cosas que formaban parte de su vida anterior. Las despedidas suelen ser tristes, pero esta vez, no lo fueron. Las que no habían encontrado a su pareja, pensaban que el día había transcurrido amenamente. Las que ya habían llegado a una conclusión se iban llenas de esperanza, con la cabeza llena de pensamientos positivos. Eran valientes y lo sabían. Dejar   atrás para siempre todo aquello que las había atormentado era lo mejor que les podía suceder.

.- Pedro, en cuanto vuelva con el niño quiero que sepas, que trabajaré tan duro como tú mismo, en lo que haga falta. No me asustan las tareas por duras que éstas sean. Si puedo venderé alguna pertenecía para  no llegar con las manos completamente vacías.

.- Tranquila. Yo me quedo aquí, no tengo nada ni nadie que me retenga en ningún lugar. Me gustaría que nos adjudicaran la casa en la que hemos estado. Si lo consigo empezaré a trabajar en ella, para que cuando vuelvas por lo menos no esté en ruinas. Me siento como si hubiera firmado un contrato laboral, del que estoy convencido saldremos adelante.

.- A mí me sucede algo parecido. Creo que puede funcionar.

Pedro se quedó en pie junto al vehículo, y esperó a ver a Araceli aposentada en su asiento. Se dedicaron mutuamente una sonrisa.

Pedro volvió sobre sus pasos y analizó a los hombres que como él, se habían formado una idea de cómo podría ir su vida a partir de ahora. Todos hacían comentarios llenos de ilusión y de esperanzas.

Le llamó la atención  la variedad de edades que había entre ellos, y al recordar a las mujeres recién llegadas, imaginó que pudieron elegir.

Se sorprendió al comprobar que él, no sentía nada de todo aquello. Araceli le había dicho que todo lo estaba haciendo por su hijo. Era una buena causa desde luego. Él en cambio sólo buscaba un refugio, aunque tuviera que trabajar muchas horas al día. El trabajo no le importaba, en cambio ahora en la soledad compartida con aquellos hombres que le eran completamente desconocidos, pensaba que quizás podría pasar aquellos días en alguna de las casas que aún se mantenían en pie.

Se metió en el grupo para saber cuáles eran los planes que tenían en mente.

Todos buscaban una mujer para compartir sus días y sus noches, y por los comentarios que hacían, comprendió que las recién llegadas también ansiaban encontrar a un hombre con los mismos fines. Surgió otra vez la soledad como base de fondo.

Con Araceli no hablaron de cómo sería su vida de ahora en adelante. Sólo habían llegado a la conclusión que  necesitaban un hogar.  Ambos dejaron muy claro que aquello sería como un contrato comercial, los dos se aprovechaban de las circunstancias en su propio beneficio. Entre ellos quedaba por completo descartada una unión romántica o apasionada. Necesitaban un lugar donde vivir y aquel pueblo se lo estaba ofreciendo a cambio de ayudar a resucitarlo. Con un apretón de manos sellaron aquel contrato, puesto que los dos habían conseguido lo que necesitaban. Y con esta intención se despidieron.

La charla con los demás tertulianos del pueblo fue de provecho. Todos querían saber qué casa les asignarían, para poder empezar a trabajar en ella. En siete días sabían sobradamente que no conseguirían grandes cosas, pero todos estuvieron de acuerdo que por lo menos al día siguiente ya podrían hacer un cálculo del material que necesitarían.

El Alcalde estaba entre ellos, atendiendo a las preguntas que iban surgiendo.

Pedro se adelantó para hablar con aquel hombre que se mostraba muy satisfecho de sus logros. Le comentó que hacía escasos momentos había entrado en una de las casas abandonadas, que realmente necesitaba una reparación urgente del tejado. Si se la adjudicaban a él, podría empezar enseguida a trabajar en ella.

Se dio cuenta de que todos los hombres tenían los ojos fijos en su figura.  Se vio obligado a dar algún detalle.

.- La hemos descubierto con Araceli. Estamos dispuestos a empezar de nuevo.  Sería un buen comienzo poderlo hacer cuanto  antes mejor, de esta manera cuando vuelva dentro de unos días, será como si volviera al hogar.

Nadie de los presentes tuvo nada en contra.

Pudo observar que de todos, tan sólo había una pareja, ya entrada en años. No tuvo ninguna duda que ellos poseían una casa desde mucho tiempo atrás. Fueron ellos mismos los que comentaron que tenían tres hijos, que abandonaron el pueblo años atrás, y que sólo volvían para las vacaciones estivales.

El Alcalde miró su reloj.

.- Se nos está echando la noche encima. Deberíamos ir a descansar, y mañana temprano ya podremos ir en busca del material necesario para los arreglos.  A las siete espero a los que puedan venir, lo hagan, y traigan una lista de las cosas que crean necesarias. Confío que  en la localidad más cercana, el Estado ya habrá ingresado una cantidad de dinero para poder empezar con las obras.

.- Si no hay inconveniente, me quedaré a dormir en cualquiera de las casas. ¿Puedo ir a la que visitamos con mi pareja? – Preguntó Pedro-

A él mismo se le hizo rara la pregunta. Le parecía que no era él, quien hablaba.

El matrimonio mayor, se opuso radicalmente.

.-  No puede quedarse en este lugar. Debe estar lleno de porquería y sin ningún lugar decente para dormir.

Pedro se quedó por unos momentos sin saber qué decir. Razón no les faltaba, pero…

.- Nuestra casa es grande, no podemos permitir que tenga que pasar por esto – dijo la mujer- Antes vivíamos cinco personas. Hay sitio de sobras.

El alcalde le dio una palmada en el hombro

.- Acepte, son buena gente. Aquí todos deseamos lo mismo. Empezar de nuevo. Mañana a las siete, pasaré a recogerles e iremos en mi  coche, para hacer todas las gestiones. Lo primero sacar el dinero que ya está ingresado a una cuenta bancaria, con este efecto. Tendré que llevar muy bien anotados todos los gastos. El dinero deber de ser ampliamente especificado.

Pedro durmió en una de las camas que había en el piso superior de la casa del matrimonio que lo habían invitado. Parecían unas buenas personas, ansiosas de demostrar su agradecimiento por el mero hecho de querer vivir sin demasiadas comodidades, en aquel pueblecito  en plena montaña.

El día había sido agotador, ahora en el silencio de la casa se daba cuenta.

Y se hizo la gran pregunta. ¿Qué pasaría de ahora en adelante?

El matrimonio mayor le despertó, había dormido de un tirón toda la noche. El sol empezaba a despuntar.

El aroma del café le llenó los pulmones, y la cálida voz de la mujer le decía que comiera tranquilo.

.- No puedo pagarles todos lo que están haciendo por mí.

.- Si te quedas a vivir aquí, y parece que ya tienes planeado hacerlo, siempre tendrás un momento para ayudarnos en lo que haga falta. Ahora apresúrate porque el Alcalde os pasará a recoger a los que ayer firmasteis al acuerdo. Nos veremos a la vuelta, y nos explicarás qué es lo que piensas arreglar de la casa  abandonada.

= = ==  = = = = = =

Habían pasado ya tres días. El primero fue totalmente perdido en lo que relacionado al trabajo en sí, de adecentar la vivienda. Pero por lo menos tenía a pie de puerta el material. Eso le dio un respiro.

El primer día todos los hombres disponibles se ayudaron mutuamente en arreglar los tejados de las viviendas que necesitaban  urgentemente hacerlo. Sabían que la lluvia era su peor enemiga, y aunque el cielo no presagiaba nada de eso, todos conocían las tormentas de verano. Aguaceros impresionantes en corto espacio de tiempo. Formaron un buen equipo, trabajaban en silencio, sin descanso.

Pedro se mantenía poco hablador, no quería que le hicieran preguntas. Se daba cuenta que no tenía respuestas, él ya se había preguntado un montón de cosas y todas quedaron en el aire.

En algún momento antes de dormir en la casa del matrimonio mayor, que acogió encantada a todo el equipo que trabajaba sin descanso ellos argumentaban que era un placer poder ayudar en lo que fuera, estaban encantados del rumbo que estaba tomando el pueblo, sabían que tardaría en volver a ser lo que fue años atrás, pero sentían la ilusión al ver cómo todos estaban contentos de poder empezar de nuevo. Era cuando estaba en aquella cama mullida y confortable, que le asaltaban todos los pensamientos, durante la jornada al aire libre acarreando tejas y demás material necesario, no tenía tiempo de pensar en nada. Después en aquella confortable cama, el sueño y el cansancio se apoderaban de él.

¿Cómo sería su vida de   ahora en adelante?

Descartaba los temores, en cuanto se veía a sí mismo en aquella plaza de la gran ciudad, rodeado de gente extraña, que ni se apercibía de su presencia, era como si fuera invisible Tampoco él, hacía nada para entablar conversación si alguien se sentaba cerca. Se animaba pensando que por difícil que fuera la convivencia con Araceli, siempre sería mejor que tener que dormir a la intemperie, y pasar el bochorno de ir a comer a los servicios sociales. Pensando en aquella plaza y su soledad, descartaba todos los temores.

Tener un lugar donde poder cobijarse, era lo único que de momento le importaba. Cuando llegara  ella,  ya hablarían sobre cómo enfocarían su vida. De momento lo único que importaba era que los dos habían cubierto  sus urgentes  necesidades. Con este pensamiento se dormía en aquella casa, donde fue acogido de una manera casi familiar. Esto nunca antes lo había vivido. En su casa de niño lo más frecuente eran las discusiones, después con sus parientes, nunca recibió ni palabras ni gestos de cariño. Si los hubiera tenido, estaba seguro que no hubiera buscado esa libertad, esas ansias de conocer algo mejor. Por eso se fue al país vecino en busca de trabajo y de dinero.

Se arrebujó en las sábanas y mentalmente dio las gracias al matrimonio que sin conocerlo lo había acogido como si fuera de la familia. Claro que él,  no era el único beneficiado.  En aquella casona grande, estaban durmiendo dos hombres más, que tampoco  tenían a donde ir. A  cambio, una vez finalizadas las horas laborales, se dedicaron a repasar las tejas, y cambiar las que no estaban en buen estado. En agradecimiento por las mañanas se encontraban con un desayuno y saboreaban todos los aromas penetrantes del café recién hecho.

Por primera vez en su vida se sentía acogido y querido. Y con esa ilusión empezaba la jornada laboral.

Las cuatro casas que se habitarían primero ya estaban con los tejados renovados, y a partir de aquí, cada uno se dedicaría a adecentar la que les serviría de hogar.

Pedro se plantó en medio de la entrada de la que sería su casa. Miró detenidamente lo que le rodeaba, para empezar a subsanar lo más necesitado.  No quería dedicarse a las dos habitaciones del fondo, pensó que eso lo tendría que hacer cuando Araceli estuviera presente. Pero sí que podía pintar de blanco el comedor y la cocina, de esta manera nada más entrar en la casa, ya parecería que todo estaba bien. Se aseguró que las ventanas estuvieran en condiciones de ser cerradas. Cambió un cristal roto, y aquella noche cuando se fue a dormir, pensó que todo empezaba a rodar bien “su” casa tenía mejor aspecto.

Las mujeres que abandonaron el pueblo días atrás, ya estaban a punto de llegar. Los hombres parecían nerviosos y por supuesto entre esperanzados y asustados. Tuvo que admitir que él también.

Como la otra vez el Alcalde volvió a demostrar su energía y ganas de complacer a las recién llegadas, porque se pusieron de nuevo las mesas alargadas en la plaza, para comer todos juntos.

Esta vez venían con sus equipajes.

 

Continúa.

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