viernes, 13 de octubre de 2017

La maleta roja


LA MALETA ROJA (segunda parte)

 EL REGRESO

Cuando subió al tren buscó un lugar donde quedara al abrigo de miradas indiscretas, tenía la sensación que era objeto de un minucioso examen por parte de los pocos viajeros que iban cómodamente sentados. La mayoría enfrascados en sus asuntos. Alguno con la cabeza apoyada en el cristal, con los ojos cerrados. Él se quedó muy cerca de la puerta obligando al can a sentarse junto a su maleta.

Tenía el pensamiento revuelto, lleno de imágenes vividas antes de su partida. En estos momentos le parecía que hacía un siglo que salió del lugar a donde se dirigía. Recordaba la fuerza interior que le obligó a salir de lo que llamaba rutina aburrida. Quería ser otro hombre. Quería despertar admiración a las personas que tuviera delante. Tener dinero suficiente para poder permitirse un capricho de vez en cuando.

Cabizbajo se dijo, que no consiguió nada de lo que había soñado durante años. Al quedarse sin familia fue cuando se decidió a dar aquel gran paso. Mal vendió la casa en la que había vivido con sus padres, y partió a un país extraño, donde los rumores decían que se podía ganar bien la vida, durante la recolección de la uva. Y fue cierto. Pero aquello duraba poco tiempo. Allí les daban incluso un lugar donde vivir.

Pero aquello no dejaba de ser una rutina, tanto o más pesada de aquella que había huido meses atrás. Con una diferencia en aquellos momentos no se sentía un inútil, un don nadie, era un hombre que trabajaba y podía incluso ahorrar algún dinero.

Allí conoció a mucha gente que como él mismo buscaba un respiro a sus aspiraciones. Aquel a quien confió algo de su vida se ofreció para ayudarle si iba a la gran ciudad pero todo se vino abajo.

No tuvo esa habitación que le ofreció en un principio, porque encontró a alguien en mejores condiciones económicas, y ante el dinero, nadie escapa a su brillo.

El único dinero que le quedaba era el justo para poder desplazarse, y pagarse algo de comida, por lo menos una vez al día, y aunque le costara un esfuerzo enorme, volver del lugar del que salió años atrás.

Hizo una pausa en sus recuerdos. Miró al perro que dormitaba a su lado. Le acarició la cabeza, y en correspondencia a aquel gesto, movió la cola enérgicamente.

Cuando llegó a su destino era mediodía, y un sol abrasador inundaba la estación. Fue el único pasajero que se bajó en aquel pequeño pueblo. Estaba completamente desierto. Pasó por delante de las taquillas y estaban cerradas. Entonces le vino a la memoria que aquella estación al no tener una gran afluencia de viajeros, sólo las abría una hora antes de  la partida del tren. Durante todo el día solamente salían dos trenes, uno por la mañana temprano y otro a media tarde. Igualmente las llegadas eran dos, la que había bajado él, y la otra ya anochecido.

Le llamó poderosamente la atención, el silencio reinante. Acababa de dejar el bullicio de la gran ciudad, y lo de ahora le parecía algo imposible. Salió a la calle y tuvo que ponerse la mano como visera, porque el sol le deslumbraba. Rogaba para que no apareciera nadie  y fuera reconocido. No le apetecía nada tener que dar explicaciones de su vuelta.

Llegó hasta donde había sido su hogar. Desde fuera la casa parecía no haber cambiado en nada, las mismas manchas de la pared, le hicieron recordar, que mientras fue su inquilino, dejaba para mejor momento darle una capa de cal blanca. Por lo visto a quien se la vendió años atrás,  seguía el mismo camino. Las ventanas tenían los postigos cerrados, cosa habitual, para impedir que el calor de la calle se colara dentro de la vivienda.

Caminó con paso lento y cansino hasta el local destinado a albergar a los ciudadanos en todas las reuniones importantes, donde se servía bebidas y café.

Con el corazón latiéndole desacompasadamente entró en el lugar sintiendo acto seguido, la frescura  y la oscuridad que reinaba allí dentro. Se vio reflejado en el gran espejo del fondo, y entre las botellas de licor puestas en orden en una estantería, pudo ver su imagen. Se había dejado barba, acuciado por las circunstancias, no podía permitirse el lujo de permanecer demasiado tiempo en los lavabos de los servicios sociales donde había pasado los últimos meses. Suspiró aliviado, puesto que estaba seguro nadie le reconocería. La figura que le miraba, pensó que no tenía nada que ver con su persona. El muchacho que le atendió, tampoco le era conocido, y este detalle le hizo sentir mucho mejor.

Pidió por favor que le pusieran en algún recipiente un poco de agua  para el perro, mientras preguntaba si podía quedarse en el local, con el animal. El chico, se encogió de hombros diciendo que como no había nadie más, podía tenerlo a su lado, pero que si entraba alguien en aquel momento y no le apetecía tener a un perro como compañero, debería tenerlo fuera.

Hubiera querido preguntarle muchas cosas, pero se abstuvo. Se bebió el café con leche, y partió en dos el bollo que había pedido, dándole al can su parte.

Salió del lugar, tras haber visitado los aseos. Los habían pintado recientemente, haciendo desaparecer todas las inscripciones y dibujos obscenos que había tiempo atrás. Él fue uno de los que contribuyó en su momento a embadurnar aquellas paredes.

Mientras volvía al calor sofocante de la calle, su pensamiento estaba metido de lleno en calcular cuánto tiempo le duraría el escaso dinero que poseía. Apenas nada, el viaje en tren había disminuido bastante su poder adquisitivo.

Nada había cambiado en el lugar.

Sin darse cuenta sus pasos le llevaron otra vez  hasta su antigua casa, tenía la esperanza de encontrar a alguien, para pedir trabajo, cuando la vendió, ahora le parecía que hacía un siglo pudo sacar más dinero del previsto, porque en la parte trasera tenía unos metros de tierra para poder cultivar lo indispensable para comer. De niño en su casa nunca faltaron los frutos del huerto, su padre lo trabajaba, pero de eso casi ni lo recordaba, su padre murió siendo él un niño, y su madre y él mismo trabajaban sin descanso para subsistir. Guardaba de aquellos años una tristeza enorme.

La misma tristeza que ahora le invadía. Se preguntaba dónde estarían los vecinos, alguno quedaría de sus tiempos adolescentes, pero el pueblo parecía un lugar abandonado.

El ruido de la puerta de la que había sido su casa, le obligó a mirar sin disimulo hacia allí.

Salió una mujer que llevaba un pañuelo en la cabeza, al estilo árabe, en la gran ciudad también las veía circular, y allí no le llamaba la atención, pero aquí sí que lo hizo. Cuando vendió su propiedad, desde luego no fue  a personas  de otra cultura. La siguió con la mirada, pero se mantuvo a una distancia prudencial. Estaba indeciso, su idea en un principio era la de pedir alojamiento a cambio de trabajar el huerto, pero no contaba con tropezarse con una mujer con una manera tan diferente de enfocar la vida. Había escuchado muchas historias cuando estuvo en la barema, y también algún comentario de las personas que como él iban a los comedores sociales. Los comentarios casi nunca eran a su favor.

Se acordó de lo reticente que había estado para ir a parar a aquel lugar, pero ahora se alegraba de ello, puesto que consiguió alimentarse, sin gastar apenas nada. De esta manera aún poseía algo de dinero.

Recorrió el pueblo sin encontrar a nadie que pudiera reconocerlo. Necesitaba pensar en la manera de abastecerse  de comida y dónde pasar la noche. 

Se fue directo hasta los campos de árboles frutales situados a un kilómetro escaso del núcleo urbano.

Buscó una sombra, y apoyado en un tronco dejó vagar el pensamiento. Oía el murmullo del pequeño riachuelo, que no siempre levaba agua, que ahora discurriera tranquilamente, le llevó a la conclusión que había llovido recientemente.

El perro, olisqueaba todo lo que tenía a su alcance, cuando le vio sentado en el suelo, se dispuso a descansar a su lado. Se pasó la mano por la tupida barba. Después alzó la mirada y se fijó en los frutos que tenía a su alcance. Por lo menos no se quedaría en ayunas.

Se quitó la chaqueta la dobló y la puso sobre la maleta a modo de almohada. Necesitaba tener la menta bien despejada, para poder planificar su vida de ahora en adelante.

Al estar en contacto tan directo con la naturaleza, le hizo recordar los días pasados en la recolección de uvas. –de esto todavía no había transcurrido ni un año desde que lo dejara-  El dueño de la plantación en la que había trabajado durante tres temporadas, les dijo a la mayoría de los jornaleros, que  deberían buscarse otra manera de ganarse la vida, argumentando que habían llegado unas máquinas especiales, que cambiaba por completo la manera de recolectar las vides. El capataz se quedó con un número exiguo de personal. Y aquí empezó el declive de su vida.

Mientras estuvo en aquel lugar, tenía dinero y alojamiento. Ciertamente que el trabajo era muy duro, pero tenía sus compensaciones. Era joven y corpulento y no se le daba nada mal las relaciones con las mujeres. No buscaba nada serio, por lo que se limitaba a saciar sus necesidades. Ni se había planteado nunca buscarse una novia.  Reconoció que tampoco era demasiado fogoso, ya que no tenía la urgencia de muchos de los hombres que estaban allí, y que hacían muchos viajes a la ciudad en busca del placer carnal.

Llegó a la conclusión, que si no encontraba trabajo allí, no le quedaría más remedio que ir al pueblo más cercando en su busca. Pero lo que peor se presentaba era sin dudarlo la casi desertización del pueblo. Seguro que la mayoría habían hecho lo mismo que tuvo que hacer él. Buscarse la vida en otro lugar. Parecía un pueblo fantasma.

Cuando se quedó huérfano, pasó unos días con unos parientes lejanos a los que casi ni conocía, se dio cuenta enseguida, que era una carga para ellos. Ese fue el motivo por lo que salió de allí repleto de esperanzas y buenos deseos. Cuando  les dijo que quería probar fortuna en otro lugar,  sus parientes, no le pusieron ningún inconveniente.  Sólo le recomendaron que vendiera la casa donde había vivido, para no tener que ir por el mundo sin un poco de dinero. Le acompañaron y fueron ellos mismos los que hicieron todos los tratos. Ya era mayor de edad, y pudo firmar los documentos de la venta. Siempre tuvo la sensación, que respiraron aliviaos, el día que lo acompañaron hasta la estación.

¿Cuántos años habían transcurrido?

Quizás fueran diez. Y en  este tiempo se había convertido en un ser introvertido. No le gustaba nada formar parte de  los grupos que todas las noches se reunían, fuera donde fuera. Había estado en varias plantaciones y en todas, las maneras de proceder eran las mismas. Era consciente que no supo hacer grandes amigos por su carácter taciturno, y cuando por fin se decidió a abrir su alma a un compañero al que conocía desde tiempo atrás, confió demasiado en él, se creyó a pies juntillas todo lo que le explicaba de vivir en una gran ciudad, en la que le decía  que tenía un pequeño piso, ofreciéndole una habitación. Sus charlas sobre esta cuestión, le daban alas a su poca imaginación, y llegó a creer de verdad que su lugar estaba en el sitio que tan bien le describía su compañero – ahora ya sabía que no podía nombrarlo como amigo-  Demasiado tarde se dio cuenta de aquel fracaso.

Los meses que pasaron desde que dejó la pequeña vivienda, fueron en verdad los más amargos de su vida. Todo acabó cuando su supuesto amigo conoció a una mujer y la llevó al pequeño domicilio. Allí estaba de más, simplemente sobraba, se cumplió el refrán de que do son compañía y tres son multitud. Tan sólo le dio dos semanas para buscarse donde dormir. Casi se le estaba agotando el dinero que había conseguido ahorrar durante los años de trabajo. Se hizo el firme propósito de dejar apartado  lo imprescindible, para poder subirse a un tren y marcharse de aquella gran ciudad, llena de gente que parecía ignorar todo lo que no fueran ellos mismos.

Una de tantas decepciones que la vida le iba proporcionando.

Y ahora sentado bajo la frondosa copa de un árbol, su pensamiento rebuscaba con premura, lo que tenía que hacer.

En un arranque de buen humor pensó que debía ponerle un nombre a aquel perro, que como él mismo estaba abandonado a su suerte. Cada vez que compartían lo poco que comía, le decía “Toma”. Y pensó que era un buen nombre.

Dijo Toma en voz alta, y el can saltó sobre sus rodillas en busca de algo que comer, pero esta vez no tenía nada. Miró hacia arriba y el frutal tenía unas manzanas que parecían estar en su punto. Se levantó perezosamente, y cogió una, la restregó en su camisa, y mordiéndola le ofreció un trozo al perro.

Con este gesto se sintió seguro. En muchos meses por primera vez comprendió que estaba en el buen camino. Su vida empezaba de nuevo. Se armaría de valor y buscaría trabajo, en el campo siempre había cosas para hacer. Desbrozar de malas hierbas, recoger frutos. Lo difícil sería encontrar un lugar donde pasar las noches.

Volvería a su antigua casa, poniéndose en contacto con la gente que ahora vivía allí. Si no lo habían derruido, en el fondo del huerto había un pequeño lugar de madera, donde se guardaban los aperos de labranza, lo recordaba de cuando era niño.

Pero ahora no podía hacerlo, se sentía demasiado cansado, demasiado inseguro. Teniendo solucionado de momento la comida, esta noche la pasaría al raso. Seguro que mañana estaría mucho mejor, se daría un tiempo para asimilar su nueva condición de vagabundo, porque desgraciadamente, comprendía que era eso. Era un sin techo.

Llegar a esta conclusión no le daba precisamente buenas vibraciones. Si nunca se hubiera marchado ¿qué hubiera sido de su vida? Era inútil pensar en esto. Quizás más adelante lo podría hacer sin sentirse como un estúpido, pero ahora le era imposible.

Buscó en el árbol las manzanas más maduras, eso sería su cena. Pensándolo mejor en lugar de dos arrancó el doble, no le importaba repetir el menú para mañana desayunar. Esta noche la pasaría allí, se encogió de hombros, no le disgustaba en absoluto dormir bajo las estrellas, mañana temprano recorrería el pueblo antes de que los habitantes merodearan por las calles, ya había pensado cómo se presentaría en su antigua vivienda, pero esta noche lo planificaría mejor, con todo detalle.  Le dio a Toma una porción del fruto recogido, y después ambos bebieron un poco de agua del riachuelo. Se dijo que en realidad no le importaba pasar las próximas horas en la soledad de aquel campo de frutales. Buscó una posición cómoda, y al cabo de poco rato tenía a Toma, con el hocico encima de sus piernas. Le acarició la cabeza mientras pensaba en si era buena idea ir en busca de un lugar donde cobijarse, llevando a un perro como acompañante.

Seguro que mañana por la mañana lo vería mucho mejor que hoy.

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Había dormido mejor de lo que esperaba. Se desperezó sin prisas, se alisó la ropa y se puso en camino hacía el bar donde el día anterior se tomara algo caliente.

Allí tantearía la situación a seguir. Necesitaba información y seguro que aquel muchacho joven, se la podría dar. Por supuesto que no le diría que años atrás había pertenecido al lugar. Pensó con añoranza en su casa, que vendió siguiendo los consejos de sus parientes.

Volvió a pedir lo mismo que ayer. Partió en dos el bollo, y se lo dio a Toma, que se relamió de gusto. En el centro de la plazoleta había una fuente, y se llevó al perro para que pudiera beber a su gusto. Miró a su alrededor, para asegurarse de que nadie lo estaba vigilando. Parecía un pueblo desértico, Volvió a entrar en el bar, para entablar una conversación con el muchacho.

Al hacerle las preguntas, decidió darle un marcado acento francés, cosa muy fácil, después de haber pasado años en el país vecino.

Se enteró que en los últimos tiempos, el pueblo se había quedado casi vacío. La gente joven –Tal como hiciera él mismo- se había ido en busca de mejoras laborales. Sólo quedaron unos pocos viejos que o bien se fueron muriendo  o sus hijos al cabo del tiempo los vinieron a buscar para llevarlos con ellos. El Ayuntamiento hizo un llamamiento, ofreciendo a matrimonios jóvenes  un lugar donde vivir a cambio de trabajar en el campo, y sobre todo, la demanda era especial para incluir niños, poder volver a abrir la escuela, y dar vida al lugar que en cuestión de años se había convertido en un pueblo fantasma.

Escuchaba atentamente la historia.

No se le había ocurrido ir al Ayuntamiento en busca de información. Ahora tomó la decisión de ir en busca de todo lo que necesitaba.

Dio las gracias al muchacho sin hacer ningún comentario ni a favor ni en contra. Al fin y al cabo aún no sabía cómo le iría la gestión.

Cuando llegó al ayuntamiento se encontró con la desagradable sorpresa de encontrarlo vacío. Un letrero escrito a mano decía que el recinto estaría abierto los hueves y los sábados de diez a trece.

No tenía ni idea del día en que vivía como tampoco sabía la hora, por las sombras que se reproducían en el suelo calculó que no era mediodía.

Miró a Toma como si buscara en el perro alguna respuesta, que evidentemente no halló.

Volvió al bar y directamente le preguntó al muchacho cuándo abrirían al público el Ayuntamiento. Éste se dio la vuelta para mirar en un calendario que estaba colgado justo detrás de él. Le pareció que aquel dependiente por primera vez lo miraba y se interesaba por su persona.

Le dijo que mañana a primero hora estaría el alguacil y alguno de sus compañeros. Allí el trabajo no era excesivo, con los dos días semanales,  tenían de sobra para las gestiones que se tramitaban. Si era urgente lo que necesitaba podía desplazare hasta el pueblo más cercano, porque hoy estaban allí, para ayudar a quien lo necesitara. Le dijo que en pocos minutos llegaría el autobús de línea, que hacía el recorrido, tres veces a la semana.

Pensó enseguida en que tendría que pagar el billete, y eso no le gustó nada, pero por otra parte tampoco le apetecía estar deambulando por el pueblo desértico con aquel calor insoportable. Sí, de momento podía desprenderse de algo de dinero. Se saltaría la comida. Recordaba más o menos cómo era aquel pueblo cercano, cuando vivía allí, había ido más de una vez, incluso andando. En realidad eran casi calcados el uno del otro. Se preguntó si estaría tan solitario como el suyo.  Se le encogió el corazón al pensar en la soledad que allí reinaba. Cogió el perro en brazos, y preguntó al conductor se podía llevarlo. El hombre le contestó de manera vaga, si el animal no molestaba, podría, pero si algún pasajero se quejaba tendría que abandonar el trasporte. Miró el fondo del vehículo y sólo había un matrimonio mayor sentados al final, para poder dejar todas las bolsas que llevaban, era muy evidente que venían de hacer una compra importante de productos comestibles.

El trayecto duró apenas quince minutos.

Al bajar quedó sorprendido de la diferencia enorme que existía entre los dos pueblos. La plaza donde tenía la parada el autobús era casi idéntica que la que había dejado atrás, pero el bullicio reinante no tenía nada que ver. Recordó dónde estaba la casa Consistorial, y se dirigió hacia allí, en busca de información.

Un letrero puesto en un lugar visible le dejó perplejo.

Hoy tenían una reunión todos los hombres que anteriormente se hubieran inscrito. Se trataba de buscar una pareja, para poder acceder al censo de la población,  y de esta manera perpetuar la ciudadanía del lugar.

Este pueblo como muchos otros se había quedado sin gente joven. Ahora todo dependía de volver a iniciar la convivencia.

El hombre que le estaba atendiendo dio por sentado que él, era otro de los candidatos, le preguntó su nombre, y sin más preguntas le dijo que si de las mujeres que no tardarían demasiado en llegar, se ponía de acuerdo con alguna, para formar una familia, tendría muchas oportunidades para que los inscribieran, y entonces sin demasiada demora les adjudicarían una vivienda.

No supo qué responder.

Acababa de inscribirse para una unión relámpago con una mujer que por lo que suponía también se hallaba como el mismo en apuros, y que pensó buscaba un techo en el que cobijarse.

De golpe lo entendió todo.

El vacío  de su pueblo natal. Todos se habían volcado en aquella iniciativa del pueblo cercano en el que daban prioridad a las parejas para ofrecerles casa y un trabajo, que les ayudara a subsistir.

Pensó que aquella circunstancia le sería de mucha ayuda. Nadie le haría demasiadas preguntas del motivo por el que se había inscrito en el último momento.

En un rincón de la plaza se había colocado unas mesas y unas sillas, donde algunos hombres hablaban animadamente. Otros como él mismo estaban taciturnos y miraban a su alrededor como si estuvieran asustados.

Se preguntó cuál era su estado de ánimo.

No supo que respuesta dar. Sólo sabía que aquello le podría proporcionar una manera digna de vivir, tener un techo que le mantuviera alejado de los fuertes calores, y del frío invierno. A cambio de esto, debería buscar una mujer con la que compartirlo.

Oyó diversos comentarios.

La idea la había tenido el alcalde del pueblo, porque en otros lugares, esta experiencia, ya la habían hecho, pero al revés, se habían desplazado los hombres en busca de mujeres. Y la mayoría comentaban que había dado un buen resultado.

La novedad de ahora sería que las mujeres tenían que encontrar a su pareja. Y enseguida se hizo la pregunta más lógica. Cómo serían aquellas personas que se atrevían a ir en busca de un hombre, para poder subsistir.

¿Estaba él, dispuesto, a renunciar a su libertad a cambio de alojamiento y trabajo?

Se pasó la mano por la tupida barba. Todo dependía del tipo de féminas que llegaran. Seguro que la mayoría serían mayores.  –viudas probablemente, que al faltarles el marido, se veían incapaces de llevar a cabo todas las tareas. O quizás les era insoportable vivir en soledad perpetua por no haber encontrado en su momento a un hombre que estuviera a su lado.

Sí, la soledad no era buena consejera, de eso él, podría dar lecciones.

Dejó apartados los pensamientos, ya que el ruido del autocar que acaba de llegar, hizo que todos sin excepción dejaran de hablar para centrarse en las mujeres que empezarían a bajar de allí.

Hubo un silencio, que se rompió en un aplauso unánime, en cuanto empezaron a bajar las recién llegadas.

Iban todas aceptablemente vestidas. Desde luego no para desfilar ante una alfombra como modelos, pero se las veía limpias y aseadas. 

Con la primera mirada pudo comprobar que las edades eran muy dispares. En contra de lo que esperaba algunas de ellas estaban en esas edades en las que no puedes preguntarle a una mujer por sus años, era mejor la incertidumbre. Le llamó la atención que no mostraran ningún tipo de timidez. Si en algún momento la sintieron, ahora la habían dejado atrás, para mostrarles a sus futuros pretendientes la mejor sonrisa.

No podía centrarse en nada. El olor de la comida que emanaba del bar, le llenó los sentidos. Y un gran placer le invadió al pensar que hoy, por el mero hecho  de haberse inscrito, comería caliente, cosa que no hacía desde que dejó los comedores sociales de la gran ciudad.

Se dio cuenta que había perdido de vista a Toma. Pero ahora mismo era lo que menos le preocupaba. Estaba aturdido pensando en la comida, y en que debería intentar buscar un acercamiento con alguna de aquellas mujeres, que de alguna manera estaban buscando una pareja. Cada cual tendría sus motivos.

El alcalde hizo un pequeño discurso, y acabó diciendo que ahora lo más importante era mostrarse abierto y buscar conversación con más de una mujer, para poder calibrar mejor por quien decidirse. El alcalde elogió a aquellas mujeres, que tenían la valentía de afrontar posiblemente una situación delicada. Les dijo que eran como esas heroínas que sabían buscarse un nuevo camino en sus vidas. No todo el mundo sabía renunciar a un pasado, para centrarse en un futuro mejor.

Todo acabó entre aplausos, y acto seguido se sirvió la comida.

Empezaron a sentarse ante aquellos largos tablones apoyados en caballetes, y recubiertos con un blanco papel a modo de mantelería. Enseguida pensó que le recordaba mucho a los comedores sociales. Pero para su deleite la comida aquí tenía mejor aspecto y olía estupendamente.

Intencionadamente buscó un lugar para sentarse, al final de una de las mesas, porque sabía que de esta manera sólo debería hablar con una persona, además pensó que siendo zurdo, no molestaba a nadie al comer. Esto ya lo aprendió cuando iba a la escuela, y sus compañeros se quejaban del poco espacio que existía entre su brazo izquierdo con el del chico  que tenía a su lado.

Parecían tener en general grandes cosas para explicar. Pero él, cuando tuvo delante su plato lleno, se dedicó a dar buen recaudo. Delante se sentaron un hombre y una mujer de mediana edad, que enseguida se pusieron a hablar. Luego pensó que por lo menos tenía que mirar a la persona que tenía a su derecha, y presentarse.

. Hola me llamo Pedro.

La mujer que tenía a su lado le sonrió  abiertamente y le dejó sorprendido con la pregunta que le hizo.

.  Yo  soy Araceli, pero más que tu nombre me gustaría saber por qué te has inscrito en esta lista de hombres en busca de pareja.

Se la quedó mirando, perplejo por su desparpajo. Pero comprendió que era una pregunta muy lógica.

.-  En realidad ha sido por casualidad, no sabía de la existencia de esta reunión hasta hace un par de horas. He venido en busca de trabajo, y me han tomado por uno de los hombres que han llegado hasta aquí, buscando la manera de enfocar una nueva vida. ¿Y tú?

Pensó que si ella había tenido la valentía de preguntar sin tapujos, él también podía hacerlo,

Por primera vez se miraron a los ojos, él, dejó de fijar su vista en el suculento plato que tenía ante sí,  para examinarla abiertamente.

No podría decir su edad, pero calculó que no era muy mayor. Iba vestida con unos tejanos, y un jersey llevando anudada en la cintura, una chaqueta de punto, con las mangas colgando por delante.

. Yo también necesito trabajo, pero sobre todo una casa donde poder vivir. Estoy cansada de deambular sin rumbo fijo. Dejé mi casa tiempo atrás porque quería encontrar algo distinto a lo que tenía. Precisaba sensaciones nuevas.

. ¿Las encontraste?

.- De alguna manera sí.

.- Deduzco que no era lo que esperabas.

.- No, ni mucho menos.

. Ahora también te puede salir mal. De entrada veo un poco descabellada la idea de unirse a alguien para tener una casa donde vivir. Yo todavía no estoy demasiado seguro de si me atrae la idea, pero realmente necesito todo lo que ofrece este pueblo. Un hogar, un trabajo, y ese dinero que nos adelantan para que podamos empezar sin demasiados contratiempos, difícilmente se encontrarían en otro lugar.

. Desde luego es arriesgado, pero yo estoy dispuesta a todo lo que haga falta, para conseguir una pareja, una casa y un poco de estabilidad económica. Me he sentado a tu lado, porque de todos los hombres que he visto por aquí, me has parecido el más idóneo. Pareces un poco perdido como yo misma.

La escuchaba hablar sin perder ni una palabra. Había terminado la comida de su plato, Se sentía bien después de saborear la comida. Pensando que sería una delicia poder disfrutar a diario de cosas parecidas.

.- Creo que nuestra conversación ha sido muy interesante. Pero me parece necesario conocer a más personas. Quién sabe si los dos encontraremos a alguien más apropiado. Por mi parte – dijo Pedro- como no tenía nada en perspectiva, tampoco me puedo hacer a la idea de nada.  Pero insisto en que deberíamos conocer a más personas. ¿Estás de acuerdo?

.- Sí, por supuesto que sí.

La plaza había quedado por completo en la sombra, y cuando se terminó de comer, entre todos desmontaron las mesas, apilando en un rincón todas las sillas plegables, y se anunció con gran pompa que ya pasado el calor del mediodía, se iniciaría el baile, para que se pudieran conocer mejor todos los participantes. Otra vez los aplausos llenaron la plaza. Y cuando la música sonó, la mayoría se dispusieron a bailar.

Se levantó y cogiendo su maleta decidió inspeccionar al pueblo.

El bullicio de la fiesta quedaba amortiguado a medida que se perdía por las calles estrechas y la mayoría sin asfaltar. Comprobó que solo estaban asfaltadas la calle principal y  la plaza de dónde provenía. El pueblo se veía muy abandonado, la mayoría de las viviendas, necesitaban urgentemente una reparación, sobre todo en los tejados. Sabía por experiencia que, las casas en cuanto las tejas empezaban a caerse, todo lo demás no tenía demasiado tiempo de vida. No en vano cuando estuvo trabajando en las baremas, muchas veces antes de iniciar la recolección, el propietario les obligaba a reparar aquella parte del lugar destinado a dormir y a asearse.

 

Continúa.

2 comentarios:

  1. Deduzco que ya has podido entrar en la página. Yo ahora cierro el PC, pues estoy muy liada. Aunque por aquí no aparece ningún comentario. Besitos

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  2. Muchas gracias Claudio, creo que eres la última persona que esperaba siguiera el escrito. por lo que aún lo agradezco más. Mee ha hecho mucha ilusión. Finalmente no me apunté al Casal, por lo que dudo que nos veamos. Repito gracias. Un abrazo

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