LA MALETA ROJA (segunda parte)
EL REGRESO
Cuando subió al tren buscó un
lugar donde quedara al abrigo de miradas indiscretas, tenía la sensación que
era objeto de un minucioso examen por parte de los pocos viajeros que iban
cómodamente sentados. La mayoría enfrascados en sus asuntos. Alguno con la
cabeza apoyada en el cristal, con los ojos cerrados. Él se quedó muy cerca de
la puerta obligando al can a sentarse junto a su maleta.
Tenía el pensamiento revuelto,
lleno de imágenes vividas antes de su partida. En estos momentos le parecía que
hacía un siglo que salió del lugar a donde se dirigía. Recordaba la fuerza
interior que le obligó a salir de lo que llamaba rutina aburrida. Quería ser
otro hombre. Quería despertar admiración a las personas que tuviera delante.
Tener dinero suficiente para poder permitirse un capricho de vez en cuando.
Cabizbajo se dijo, que no
consiguió nada de lo que había soñado durante años. Al quedarse sin familia fue
cuando se decidió a dar aquel gran paso. Mal vendió la casa en la que había
vivido con sus padres, y partió a un país extraño, donde los rumores decían que
se podía ganar bien la vida, durante la recolección de la uva. Y fue cierto.
Pero aquello duraba poco tiempo. Allí les daban incluso un lugar donde vivir.
Pero aquello no dejaba de ser
una rutina, tanto o más pesada de aquella que había huido meses atrás. Con una
diferencia en aquellos momentos no se sentía un inútil, un don nadie, era un
hombre que trabajaba y podía incluso ahorrar algún dinero.
Allí conoció a mucha gente que
como él mismo buscaba un respiro a sus aspiraciones. Aquel a quien confió algo
de su vida se ofreció para ayudarle si iba a la gran ciudad pero todo se vino
abajo.
No tuvo esa habitación que le
ofreció en un principio, porque encontró a alguien en mejores condiciones
económicas, y ante el dinero, nadie escapa a su brillo.
El único dinero que le quedaba
era el justo para poder desplazarse, y pagarse algo de comida, por lo menos una
vez al día, y aunque le costara un esfuerzo enorme, volver del lugar del que
salió años atrás.
Hizo una pausa en sus
recuerdos. Miró al perro que dormitaba a su lado. Le acarició la cabeza, y en
correspondencia a aquel gesto, movió la cola enérgicamente.
Cuando llegó a su destino era
mediodía, y un sol abrasador inundaba la estación. Fue el único pasajero que se
bajó en aquel pequeño pueblo. Estaba completamente desierto. Pasó por delante
de las taquillas y estaban cerradas. Entonces le vino a la memoria que aquella
estación al no tener una gran afluencia de viajeros, sólo las abría una hora
antes de la partida del tren. Durante
todo el día solamente salían dos trenes, uno por la mañana temprano y otro a
media tarde. Igualmente las llegadas eran dos, la que había bajado él, y la
otra ya anochecido.
Le llamó poderosamente la
atención, el silencio reinante. Acababa de dejar el bullicio de la gran ciudad,
y lo de ahora le parecía algo imposible. Salió a la calle y tuvo que ponerse la
mano como visera, porque el sol le deslumbraba. Rogaba para que no apareciera
nadie y fuera reconocido. No le apetecía
nada tener que dar explicaciones de su vuelta.
Llegó hasta donde había sido
su hogar. Desde fuera la casa parecía no haber cambiado en nada, las mismas
manchas de la pared, le hicieron recordar, que mientras fue su inquilino,
dejaba para mejor momento darle una capa de cal blanca. Por lo visto a quien se
la vendió años atrás, seguía el mismo
camino. Las ventanas tenían los postigos cerrados, cosa habitual, para impedir
que el calor de la calle se colara dentro de la vivienda.
Caminó con paso lento y
cansino hasta el local destinado a albergar a los ciudadanos en todas las
reuniones importantes, donde se servía bebidas y café.
Con el corazón latiéndole
desacompasadamente entró en el lugar sintiendo acto seguido, la frescura y la oscuridad que reinaba allí dentro. Se
vio reflejado en el gran espejo del fondo, y entre las botellas de licor
puestas en orden en una estantería, pudo ver su imagen. Se había dejado barba,
acuciado por las circunstancias, no podía permitirse el lujo de permanecer
demasiado tiempo en los lavabos de los servicios sociales donde había pasado
los últimos meses. Suspiró aliviado, puesto que estaba seguro nadie le
reconocería. La figura que le miraba, pensó que no tenía nada que ver con su
persona. El muchacho que le atendió, tampoco le era conocido, y este detalle le
hizo sentir mucho mejor.
Pidió por favor que le
pusieran en algún recipiente un poco de agua
para el perro, mientras preguntaba si podía quedarse en el local, con el
animal. El chico, se encogió de hombros diciendo que como no había nadie más,
podía tenerlo a su lado, pero que si entraba alguien en aquel momento y no le
apetecía tener a un perro como compañero, debería tenerlo fuera.
Hubiera querido preguntarle
muchas cosas, pero se abstuvo. Se bebió el café con leche, y partió en dos el
bollo que había pedido, dándole al can su parte.
Salió del lugar, tras haber
visitado los aseos. Los habían pintado recientemente, haciendo desaparecer
todas las inscripciones y dibujos obscenos que había tiempo atrás. Él fue uno
de los que contribuyó en su momento a embadurnar aquellas paredes.
Mientras volvía al calor
sofocante de la calle, su pensamiento estaba metido de lleno en calcular cuánto
tiempo le duraría el escaso dinero que poseía. Apenas nada, el viaje en tren
había disminuido bastante su poder adquisitivo.
Nada había cambiado en el
lugar.
Sin darse cuenta sus pasos le
llevaron otra vez hasta su antigua casa,
tenía la esperanza de encontrar a alguien, para pedir trabajo, cuando la
vendió, ahora le parecía que hacía un siglo pudo sacar más dinero del previsto,
porque en la parte trasera tenía unos metros de tierra para poder cultivar lo
indispensable para comer. De niño en su casa nunca faltaron los frutos del
huerto, su padre lo trabajaba, pero de eso casi ni lo recordaba, su padre murió
siendo él un niño, y su madre y él mismo trabajaban sin descanso para
subsistir. Guardaba de aquellos años una tristeza enorme.
La misma tristeza que ahora le
invadía. Se preguntaba dónde estarían los vecinos, alguno quedaría de sus
tiempos adolescentes, pero el pueblo parecía un lugar abandonado.
El ruido de la puerta de la
que había sido su casa, le obligó a mirar sin disimulo hacia allí.
Salió una mujer que llevaba un
pañuelo en la cabeza, al estilo árabe, en la gran ciudad también las veía
circular, y allí no le llamaba la atención, pero aquí sí que lo hizo. Cuando
vendió su propiedad, desde luego no fue
a personas de otra cultura. La
siguió con la mirada, pero se mantuvo a una distancia prudencial. Estaba indeciso,
su idea en un principio era la de pedir alojamiento a cambio de trabajar el
huerto, pero no contaba con tropezarse con una mujer con una manera tan
diferente de enfocar la vida. Había escuchado muchas historias cuando estuvo en
la barema, y también algún comentario de las personas que como él iban a los
comedores sociales. Los comentarios casi nunca eran a su favor.
Se acordó de lo reticente que
había estado para ir a parar a aquel lugar, pero ahora se alegraba de ello,
puesto que consiguió alimentarse, sin gastar apenas nada. De esta manera aún
poseía algo de dinero.
Recorrió el pueblo sin
encontrar a nadie que pudiera reconocerlo. Necesitaba pensar en la manera de
abastecerse de comida y dónde pasar la
noche.
Se fue directo hasta los
campos de árboles frutales situados a un kilómetro escaso del núcleo urbano.
Buscó una sombra, y apoyado en
un tronco dejó vagar el pensamiento. Oía el murmullo del pequeño riachuelo, que
no siempre levaba agua, que ahora discurriera tranquilamente, le llevó a la
conclusión que había llovido recientemente.
El perro, olisqueaba todo lo
que tenía a su alcance, cuando le vio sentado en el suelo, se dispuso a
descansar a su lado. Se pasó la mano por la tupida barba. Después alzó la
mirada y se fijó en los frutos que tenía a su alcance. Por lo menos no se
quedaría en ayunas.
Se quitó la chaqueta la dobló
y la puso sobre la maleta a modo de almohada. Necesitaba tener la menta bien
despejada, para poder planificar su vida de ahora en adelante.
Al estar en contacto tan
directo con la naturaleza, le hizo recordar los días pasados en la recolección
de uvas. –de esto todavía no había transcurrido ni un año desde que lo
dejara- El dueño de la plantación en la
que había trabajado durante tres temporadas, les dijo a la mayoría de los
jornaleros, que deberían buscarse otra
manera de ganarse la vida, argumentando que habían llegado unas máquinas
especiales, que cambiaba por completo la manera de recolectar las vides. El
capataz se quedó con un número exiguo de personal. Y aquí empezó el declive de
su vida.
Mientras estuvo en aquel
lugar, tenía dinero y alojamiento. Ciertamente que el trabajo era muy duro,
pero tenía sus compensaciones. Era joven y corpulento y no se le daba nada mal
las relaciones con las mujeres. No buscaba nada serio, por lo que se limitaba a
saciar sus necesidades. Ni se había planteado nunca buscarse una novia. Reconoció que tampoco era demasiado fogoso,
ya que no tenía la urgencia de muchos de los hombres que estaban allí, y que
hacían muchos viajes a la ciudad en busca del placer carnal.
Llegó a la conclusión, que si
no encontraba trabajo allí, no le quedaría más remedio que ir al pueblo más
cercando en su busca. Pero lo que peor se presentaba era sin dudarlo la casi
desertización del pueblo. Seguro que la mayoría habían hecho lo mismo que tuvo
que hacer él. Buscarse la vida en otro lugar. Parecía un pueblo fantasma.
Cuando se quedó huérfano, pasó
unos días con unos parientes lejanos a los que casi ni conocía, se dio cuenta
enseguida, que era una carga para ellos. Ese fue el motivo por lo que salió de
allí repleto de esperanzas y buenos deseos. Cuando les dijo que quería probar fortuna en otro
lugar, sus parientes, no le pusieron
ningún inconveniente. Sólo le
recomendaron que vendiera la casa donde había vivido, para no tener que ir por
el mundo sin un poco de dinero. Le acompañaron y fueron ellos mismos los que
hicieron todos los tratos. Ya era mayor de edad, y pudo firmar los documentos
de la venta. Siempre tuvo la sensación, que respiraron aliviaos, el día que lo
acompañaron hasta la estación.
¿Cuántos años habían
transcurrido?
Quizás fueran diez. Y en este tiempo se había convertido en un ser
introvertido. No le gustaba nada formar parte de los grupos que todas las noches se reunían,
fuera donde fuera. Había estado en varias plantaciones y en todas, las maneras
de proceder eran las mismas. Era consciente que no supo hacer grandes amigos
por su carácter taciturno, y cuando por fin se decidió a abrir su alma a un
compañero al que conocía desde tiempo atrás, confió demasiado en él, se creyó a
pies juntillas todo lo que le explicaba de vivir en una gran ciudad, en la que
le decía que tenía un pequeño piso,
ofreciéndole una habitación. Sus charlas sobre esta cuestión, le daban alas a
su poca imaginación, y llegó a creer de verdad que su lugar estaba en el sitio
que tan bien le describía su compañero – ahora ya sabía que no podía nombrarlo
como amigo- Demasiado tarde se dio
cuenta de aquel fracaso.
Los meses que pasaron desde
que dejó la pequeña vivienda, fueron en verdad los más amargos de su vida. Todo
acabó cuando su supuesto amigo conoció a una mujer y la llevó al pequeño
domicilio. Allí estaba de más, simplemente sobraba, se cumplió el refrán de que
do son compañía y tres son multitud. Tan sólo le dio dos semanas para buscarse
donde dormir. Casi se le estaba agotando el dinero que había conseguido ahorrar
durante los años de trabajo. Se hizo el firme propósito de dejar apartado lo imprescindible, para poder subirse a un
tren y marcharse de aquella gran ciudad, llena de gente que parecía ignorar
todo lo que no fueran ellos mismos.
Una de tantas decepciones que
la vida le iba proporcionando.
Y ahora sentado bajo la
frondosa copa de un árbol, su pensamiento rebuscaba con premura, lo que tenía
que hacer.
En un arranque de buen humor
pensó que debía ponerle un nombre a aquel perro, que como él mismo estaba
abandonado a su suerte. Cada vez que compartían lo poco que comía, le decía
“Toma”. Y pensó que era un buen nombre.
Dijo Toma en voz alta, y el
can saltó sobre sus rodillas en busca de algo que comer, pero esta vez no tenía
nada. Miró hacia arriba y el frutal tenía unas manzanas que parecían estar en
su punto. Se levantó perezosamente, y cogió una, la restregó en su camisa, y
mordiéndola le ofreció un trozo al perro.
Con este gesto se sintió
seguro. En muchos meses por primera vez comprendió que estaba en el buen
camino. Su vida empezaba de nuevo. Se armaría de valor y buscaría trabajo, en
el campo siempre había cosas para hacer. Desbrozar de malas hierbas, recoger frutos.
Lo difícil sería encontrar un lugar donde pasar las noches.
Volvería a su antigua casa,
poniéndose en contacto con la gente que ahora vivía allí. Si no lo habían
derruido, en el fondo del huerto había un pequeño lugar de madera, donde se
guardaban los aperos de labranza, lo recordaba de cuando era niño.
Pero ahora no podía hacerlo,
se sentía demasiado cansado, demasiado inseguro. Teniendo solucionado de
momento la comida, esta noche la pasaría al raso. Seguro que mañana estaría
mucho mejor, se daría un tiempo para asimilar su nueva condición de vagabundo,
porque desgraciadamente, comprendía que era eso. Era un sin techo.
Llegar a esta conclusión no le
daba precisamente buenas vibraciones. Si nunca se hubiera marchado ¿qué hubiera
sido de su vida? Era inútil pensar en esto. Quizás más adelante lo podría hacer
sin sentirse como un estúpido, pero ahora le era imposible.
Buscó en el árbol las manzanas
más maduras, eso sería su cena. Pensándolo mejor en lugar de dos arrancó el
doble, no le importaba repetir el menú para mañana desayunar. Esta noche la
pasaría allí, se encogió de hombros, no le disgustaba en absoluto dormir bajo
las estrellas, mañana temprano recorrería el pueblo antes de que los habitantes
merodearan por las calles, ya había pensado cómo se presentaría en su antigua
vivienda, pero esta noche lo planificaría mejor, con todo detalle. Le dio a Toma una porción del fruto recogido,
y después ambos bebieron un poco de agua del riachuelo. Se dijo que en realidad
no le importaba pasar las próximas horas en la soledad de aquel campo de
frutales. Buscó una posición cómoda, y al cabo de poco rato tenía a Toma, con
el hocico encima de sus piernas. Le acarició la cabeza mientras pensaba en si
era buena idea ir en busca de un lugar donde cobijarse, llevando a un perro
como acompañante.
Seguro que mañana por la
mañana lo vería mucho mejor que hoy.
= = = = = = = = = = = = = = =
Había dormido mejor de lo que
esperaba. Se desperezó sin prisas, se alisó la ropa y se puso en camino hacía
el bar donde el día anterior se tomara algo caliente.
Allí tantearía la situación a
seguir. Necesitaba información y seguro que aquel muchacho joven, se la podría
dar. Por supuesto que no le diría que años atrás había pertenecido al lugar.
Pensó con añoranza en su casa, que vendió siguiendo los consejos de sus
parientes.
Volvió a pedir lo mismo que
ayer. Partió en dos el bollo, y se lo dio a Toma, que se relamió de gusto. En
el centro de la plazoleta había una fuente, y se llevó al perro para que
pudiera beber a su gusto. Miró a su alrededor, para asegurarse de que nadie lo
estaba vigilando. Parecía un pueblo desértico, Volvió a entrar en el bar, para
entablar una conversación con el muchacho.
Al hacerle las preguntas,
decidió darle un marcado acento francés, cosa muy fácil, después de haber
pasado años en el país vecino.
Se enteró que en los últimos
tiempos, el pueblo se había quedado casi vacío. La gente joven –Tal como
hiciera él mismo- se había ido en busca de mejoras laborales. Sólo quedaron
unos pocos viejos que o bien se fueron muriendo
o sus hijos al cabo del tiempo los vinieron a buscar para llevarlos con
ellos. El Ayuntamiento hizo un llamamiento, ofreciendo a matrimonios
jóvenes un lugar donde vivir a cambio de
trabajar en el campo, y sobre todo, la demanda era especial para incluir niños,
poder volver a abrir la escuela, y dar vida al lugar que en cuestión de años se
había convertido en un pueblo fantasma.
Escuchaba atentamente la
historia.
No se le había ocurrido ir al
Ayuntamiento en busca de información. Ahora tomó la decisión de ir en busca de
todo lo que necesitaba.
Dio las gracias al muchacho
sin hacer ningún comentario ni a favor ni en contra. Al fin y al cabo aún no
sabía cómo le iría la gestión.
Cuando llegó al ayuntamiento
se encontró con la desagradable sorpresa de encontrarlo vacío. Un letrero
escrito a mano decía que el recinto estaría abierto los hueves y los sábados de
diez a trece.
No tenía ni idea del día en
que vivía como tampoco sabía la hora, por las sombras que se reproducían en el
suelo calculó que no era mediodía.
Miró a Toma como si buscara en
el perro alguna respuesta, que evidentemente no halló.
Volvió al bar y directamente
le preguntó al muchacho cuándo abrirían al público el Ayuntamiento. Éste se dio
la vuelta para mirar en un calendario que estaba colgado justo detrás de él. Le
pareció que aquel dependiente por primera vez lo miraba y se interesaba por su
persona.
Le dijo que mañana a primero
hora estaría el alguacil y alguno de sus compañeros. Allí el trabajo no era
excesivo, con los dos días semanales,
tenían de sobra para las gestiones que se tramitaban. Si era urgente lo
que necesitaba podía desplazare hasta el pueblo más cercano, porque hoy estaban
allí, para ayudar a quien lo necesitara. Le dijo que en pocos minutos llegaría
el autobús de línea, que hacía el recorrido, tres veces a la semana.
Pensó enseguida en que tendría
que pagar el billete, y eso no le gustó nada, pero por otra parte tampoco le
apetecía estar deambulando por el pueblo desértico con aquel calor
insoportable. Sí, de momento podía desprenderse de algo de dinero. Se saltaría
la comida. Recordaba más o menos cómo era aquel pueblo cercano, cuando vivía
allí, había ido más de una vez, incluso andando. En realidad eran casi calcados
el uno del otro. Se preguntó si estaría tan solitario como el suyo. Se le encogió el corazón al pensar en la
soledad que allí reinaba. Cogió el perro en brazos, y preguntó al conductor se
podía llevarlo. El hombre le contestó de manera vaga, si el animal no molestaba,
podría, pero si algún pasajero se quejaba tendría que abandonar el trasporte.
Miró el fondo del vehículo y sólo había un matrimonio mayor sentados al final,
para poder dejar todas las bolsas que llevaban, era muy evidente que venían de
hacer una compra importante de productos comestibles.
El trayecto duró apenas quince
minutos.
Al bajar quedó sorprendido de
la diferencia enorme que existía entre los dos pueblos. La plaza donde tenía la
parada el autobús era casi idéntica que la que había dejado atrás, pero el
bullicio reinante no tenía nada que ver. Recordó dónde estaba la casa
Consistorial, y se dirigió hacia allí, en busca de información.
Un letrero puesto en un lugar
visible le dejó perplejo.
Hoy tenían una reunión todos
los hombres que anteriormente se hubieran inscrito. Se trataba de buscar una
pareja, para poder acceder al censo de la población, y de esta manera perpetuar la ciudadanía del
lugar.
Este pueblo como muchos otros
se había quedado sin gente joven. Ahora todo dependía de volver a iniciar la
convivencia.
El hombre que le estaba
atendiendo dio por sentado que él, era otro de los candidatos, le preguntó su
nombre, y sin más preguntas le dijo que si de las mujeres que no tardarían
demasiado en llegar, se ponía de acuerdo con alguna, para formar una familia,
tendría muchas oportunidades para que los inscribieran, y entonces sin
demasiada demora les adjudicarían una vivienda.
No supo qué responder.
Acababa de inscribirse para
una unión relámpago con una mujer que por lo que suponía también se hallaba
como el mismo en apuros, y que pensó buscaba un techo en el que cobijarse.
De golpe lo entendió todo.
El vacío de su pueblo natal. Todos se habían volcado
en aquella iniciativa del pueblo cercano en el que daban prioridad a las
parejas para ofrecerles casa y un trabajo, que les ayudara a subsistir.
Pensó que aquella
circunstancia le sería de mucha ayuda. Nadie le haría demasiadas preguntas del
motivo por el que se había inscrito en el último momento.
En un rincón de la plaza se
había colocado unas mesas y unas sillas, donde algunos hombres hablaban
animadamente. Otros como él mismo estaban taciturnos y miraban a su alrededor
como si estuvieran asustados.
Se preguntó cuál era su estado
de ánimo.
No supo que respuesta dar.
Sólo sabía que aquello le podría proporcionar una manera digna de vivir, tener
un techo que le mantuviera alejado de los fuertes calores, y del frío invierno.
A cambio de esto, debería buscar una mujer con la que compartirlo.
Oyó diversos comentarios.
La idea la había tenido el
alcalde del pueblo, porque en otros lugares, esta experiencia, ya la habían
hecho, pero al revés, se habían desplazado los hombres en busca de mujeres. Y
la mayoría comentaban que había dado un buen resultado.
La novedad de ahora sería que
las mujeres tenían que encontrar a su pareja. Y enseguida se hizo la pregunta
más lógica. Cómo serían aquellas personas que se atrevían a ir en busca de un
hombre, para poder subsistir.
¿Estaba él, dispuesto, a
renunciar a su libertad a cambio de alojamiento y trabajo?
Se pasó la mano por la tupida
barba. Todo dependía del tipo de féminas que llegaran. Seguro que la mayoría
serían mayores. –viudas probablemente,
que al faltarles el marido, se veían incapaces de llevar a cabo todas las
tareas. O quizás les era insoportable vivir en soledad perpetua por no haber encontrado
en su momento a un hombre que estuviera a su lado.
Sí, la soledad no era buena
consejera, de eso él, podría dar lecciones.
Dejó apartados los
pensamientos, ya que el ruido del autocar que acaba de llegar, hizo que todos
sin excepción dejaran de hablar para centrarse en las mujeres que empezarían a
bajar de allí.
Hubo un silencio, que se
rompió en un aplauso unánime, en cuanto empezaron a bajar las recién llegadas.
Iban todas aceptablemente
vestidas. Desde luego no para desfilar ante una alfombra como modelos, pero se
las veía limpias y aseadas.
Con la primera mirada pudo
comprobar que las edades eran muy dispares. En contra de lo que esperaba
algunas de ellas estaban en esas edades en las que no puedes preguntarle a una
mujer por sus años, era mejor la incertidumbre. Le llamó la atención que no
mostraran ningún tipo de timidez. Si en algún momento la sintieron, ahora la
habían dejado atrás, para mostrarles a sus futuros pretendientes la mejor
sonrisa.
No podía centrarse en nada. El
olor de la comida que emanaba del bar, le llenó los sentidos. Y un gran placer
le invadió al pensar que hoy, por el mero hecho
de haberse inscrito, comería caliente, cosa que no hacía desde que dejó
los comedores sociales de la gran ciudad.
Se dio cuenta que había
perdido de vista a Toma. Pero ahora mismo era lo que menos le preocupaba.
Estaba aturdido pensando en la comida, y en que debería intentar buscar un
acercamiento con alguna de aquellas mujeres, que de alguna manera estaban
buscando una pareja. Cada cual tendría sus motivos.
El alcalde hizo un pequeño
discurso, y acabó diciendo que ahora lo más importante era mostrarse abierto y
buscar conversación con más de una mujer, para poder calibrar mejor por quien
decidirse. El alcalde elogió a aquellas mujeres, que tenían la valentía de
afrontar posiblemente una situación delicada. Les dijo que eran como esas
heroínas que sabían buscarse un nuevo camino en sus vidas. No todo el mundo sabía
renunciar a un pasado, para centrarse en un futuro mejor.
Todo acabó entre aplausos, y
acto seguido se sirvió la comida.
Empezaron a sentarse ante
aquellos largos tablones apoyados en caballetes, y recubiertos con un blanco
papel a modo de mantelería. Enseguida pensó que le recordaba mucho a los
comedores sociales. Pero para su deleite la comida aquí tenía mejor aspecto y
olía estupendamente.
Intencionadamente buscó un
lugar para sentarse, al final de una de las mesas, porque sabía que de esta
manera sólo debería hablar con una persona, además pensó que siendo zurdo, no
molestaba a nadie al comer. Esto ya lo aprendió cuando iba a la escuela, y sus
compañeros se quejaban del poco espacio que existía entre su brazo izquierdo
con el del chico que tenía a su lado.
Parecían tener en general
grandes cosas para explicar. Pero él, cuando tuvo delante su plato lleno, se
dedicó a dar buen recaudo. Delante se sentaron un hombre y una mujer de mediana
edad, que enseguida se pusieron a hablar. Luego pensó que por lo menos tenía
que mirar a la persona que tenía a su derecha, y presentarse.
. Hola me llamo Pedro.
La mujer que tenía a su lado
le sonrió abiertamente y le dejó
sorprendido con la pregunta que le hizo.
. Yo soy
Araceli, pero más que tu nombre me gustaría saber por qué te has inscrito en
esta lista de hombres en busca de pareja.
Se la quedó mirando, perplejo
por su desparpajo. Pero comprendió que era una pregunta muy lógica.
.- En realidad ha sido por casualidad, no sabía
de la existencia de esta reunión hasta hace un par de horas. He venido en busca
de trabajo, y me han tomado por uno de los hombres que han llegado hasta aquí,
buscando la manera de enfocar una nueva vida. ¿Y tú?
Pensó que si ella había tenido
la valentía de preguntar sin tapujos, él también podía hacerlo,
Por primera vez se miraron a
los ojos, él, dejó de fijar su vista en el suculento plato que tenía ante
sí, para examinarla abiertamente.
No podría decir su edad, pero
calculó que no era muy mayor. Iba vestida con unos tejanos, y un jersey llevando
anudada en la cintura, una chaqueta de punto, con las mangas colgando por
delante.
. Yo también necesito trabajo,
pero sobre todo una casa donde poder vivir. Estoy cansada de deambular sin
rumbo fijo. Dejé mi casa tiempo atrás porque quería encontrar algo distinto a
lo que tenía. Precisaba sensaciones nuevas.
. ¿Las encontraste?
.- De alguna manera sí.
.- Deduzco que no era lo que
esperabas.
.- No, ni mucho menos.
. Ahora también te puede salir
mal. De entrada veo un poco descabellada la idea de unirse a alguien para tener
una casa donde vivir. Yo todavía no estoy demasiado seguro de si me atrae la
idea, pero realmente necesito todo lo que ofrece este pueblo. Un hogar, un
trabajo, y ese dinero que nos adelantan para que podamos empezar sin demasiados
contratiempos, difícilmente se encontrarían en otro lugar.
. Desde luego es arriesgado,
pero yo estoy dispuesta a todo lo que haga falta, para conseguir una pareja,
una casa y un poco de estabilidad económica. Me he sentado a tu lado, porque de
todos los hombres que he visto por aquí, me has parecido el más idóneo. Pareces
un poco perdido como yo misma.
La escuchaba hablar sin perder
ni una palabra. Había terminado la comida de su plato, Se sentía bien después
de saborear la comida. Pensando que sería una delicia poder disfrutar a diario
de cosas parecidas.
.- Creo que nuestra
conversación ha sido muy interesante. Pero me parece necesario conocer a más
personas. Quién sabe si los dos encontraremos a alguien más apropiado. Por mi
parte – dijo Pedro- como no tenía nada en perspectiva, tampoco me puedo hacer a
la idea de nada. Pero insisto en que
deberíamos conocer a más personas. ¿Estás de acuerdo?
.- Sí, por supuesto que sí.
La plaza había quedado por
completo en la sombra, y cuando se terminó de comer, entre todos desmontaron
las mesas, apilando en un rincón todas las sillas plegables, y se anunció con
gran pompa que ya pasado el calor del mediodía, se iniciaría el baile, para que
se pudieran conocer mejor todos los participantes. Otra vez los aplausos llenaron
la plaza. Y cuando la música sonó, la mayoría se dispusieron a bailar.
Se levantó y cogiendo su
maleta decidió inspeccionar al pueblo.
El bullicio de la fiesta
quedaba amortiguado a medida que se perdía por las calles estrechas y la
mayoría sin asfaltar. Comprobó que solo estaban asfaltadas la calle principal
y la plaza de dónde provenía. El pueblo
se veía muy abandonado, la mayoría de las viviendas, necesitaban urgentemente
una reparación, sobre todo en los tejados. Sabía por experiencia que, las casas
en cuanto las tejas empezaban a caerse, todo lo demás no tenía demasiado tiempo
de vida. No en vano cuando estuvo trabajando en las baremas, muchas veces antes
de iniciar la recolección, el propietario les obligaba a reparar aquella parte
del lugar destinado a dormir y a asearse.
Continúa.
Deduzco que ya has podido entrar en la página. Yo ahora cierro el PC, pues estoy muy liada. Aunque por aquí no aparece ningún comentario. Besitos
ResponderEliminarMuchas gracias Claudio, creo que eres la última persona que esperaba siguiera el escrito. por lo que aún lo agradezco más. Mee ha hecho mucha ilusión. Finalmente no me apunté al Casal, por lo que dudo que nos veamos. Repito gracias. Un abrazo
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